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En mi práctica profesional, he tenido el honor de acompañar a personas que no se sienten representadas ni cómodas con el nombre que les fue asignado al nacer. Para muchos, ese nombre impuesto por sus padres no refleja quiénes son realmente ni cómo desean ser reconocidos en el mundo. Esta desconexión puede generar incomodidad, insatisfacción e incluso afectar la autoestima y el sentido de identidad.

A través del proceso legal correspondiente, he logrado gestionar con éxito el cambio de nombre de quienes buscan alinear su identidad legal con su identidad personal. Cada vez que una persona logra verse reflejada en su nuevo nombre, hay un cambio visible: mayor confianza, paz interior y una sensación profunda de autenticidad.

Compartir ese momento de transformación es profundamente significativo para mí, porque su alivio y alegría también se convierten en los míos. Defender el derecho a ser nombrado como uno realmente desea es, sin duda, una de las formas más humanas y gratificantes de ejercer el derecho.

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